viernes, octubre 29, 2010

Hammer & Tickle (El Martillo y La Cosquilla) es un film del 2006 sobre chistes en el Comunismo. Director Ben Lewis

Nota del Bloguista

Los chistes están en idioma inglés. No encontré en la Internet la película en español aunque sí está traducida pues en TV Martí, Alejandro Rios la está exhibiendo en estos días. en su programa La Pantalla de Azogue. TV Marti puede verse en el canal 8 de Comcast a las 2 am hora de Miami o por Internet.


Para ver más chistes entrar a:

http://www.youtube.com/user/BenLewisTV

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Hammer & Tickle

El Martillo y La Cosquilla

Un film de hora y media de chistes sobre el Comunismo. Su director es Ben Lewis. Fue creada en el 2006


Stalin al llegar al Infierno hace que los diablos pidan refugio en el Paraiso a San Pedro


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El Presidente Ronald Reagan hace el chiste de que en un país las papas o patatas pueden llegar hasta tocar los pies de Dios, alguien le hace la observación de que en la Unión Soviética no hay Dios, a lo que replica: Tampoco hay papas



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Los prisioneros políticos cuentan los chistes diciendo solamente el número del chiste según una lista previamente elaborada para no ser implicados en nuevos delitos. El último prisionero pese a que solamente dijo varios números recibe la crítica de sus compañeros de celda porque no sabe contar chistes



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Mal humor

Por Alejandro Ríos


En el documental Las cosquillas y el martillo (2006), del realizador canadiense Ben Lewis, se hace un exhaustivo e ilustrativo recorrido por el humor y su significado social y político en el llamado socialismo real de Europa antes de que el sistema desapareciera en alas de la perestroika.

El filme incluye suficientes pruebas testimoniales para afirmar que si de algo se puede vanagloriar el comunismo es el de haber creado un enjundioso cuerpo de chistes dirigidos a desacreditar su parafernalia gubernamental.

Eriza los pelos saber que hubo etapas en que más de 100,000 personas guardaron prisión por escribir o decir una broma considerada contrarrevolucionaria. Basta leer La broma, de Milán Kundera, para tener una idea de la paranoia y el miedo que generaba el sarcasmo y de cuantos aberrantes mecanismos se crearon para coartar su divulgación.

Se le atribuye a Leopoldo Fernández, Trespatines, su última broma en Cuba antes de partir para el exilio cuando en una obra de teatro sostiene una foto de Fidel Castro enmarcada y dice: ``A este lo cuelgo yo'' antes de suspenderlo sobre una pared.

En el siguiente medio siglo, la comedia cubana no recuerda una línea, ni un concepto tan subversivo. Según el documental Las cosquillas y el martillo, el humor contribuyó a la caída del comunismo en Europa. Cuando se sabe que aquellos chistes iban directo a la yugular del sistema: el mundo tenebroso de la policía política y otros modos de la represión cotidiana no es de extrañar la certidumbre de tal idea.

En Cuba, con raras excepciones como fue la literatura de René Ariza, que le costó la cárcel, el humor se movía más en la zona segura del costumbrismo, rara vez fue dirigido contra el pecado original de tantas desavenencias. No estremeció ni un ápice al sistema imperante.

El legendario Programa de Ramón, debido al ingenio del poeta Ramón Fernández Larrea, fue un loable y burlón intento de emprenderla contra la dictadura en la radio habanera de los años ochenta.

El siglo XXI trajo a la escena humorística de la isla una versión puesta al día de Liborio, el cubano que padece por antonomasia, en los cortos cinematográficos de Eduardo del Llano, donde Nicanor O'Donnell, personaje principal de toda la serie, se las tendrá que ver hasta con miembros de la Seguridad del Estado encaprichados en lograr cierta complicidad para conectarle micrófonos de escucha en su propia casa.

Burlarse abiertamente del Ministerio del Interior tal vez haya sido la más alta cota lograda por un humorista popular cubano desde que Trespatines sugiriera un fin posible de Castro.

Por estos días ocurre una de las operaciones más paradójicas de la historia del humor cubano en el socialismo, algo de lo cual no deben haber disfrutado sus congéneres europeos y es el traslado de sus más notables representantes a la televisión y centros nocturnos de Miami sin haber ``desertado'' como ha sido el caso de otros comediantes que les precedieron.

Las presentaciones, al menos las de televisión, no están exentas de cierto patetismo y pobreza conceptual. Se aguardan gags más sediciosos de estos artistas pero las propuestas siguen sin glorias y muchas penas en el campo de la chabacanería y el travestismo.

Uno de los comediantes llegó hasta hilvanar una historia de prostitución en Miami haciendo caso omiso de la saga de las jineteras en La Habana.

Para estos humoristas el riesgo es muy alto. En Cuba no los aguardan con los brazos abiertos por haber actuado en ``la boca del lobo'' como ha sido el caso de otros intérpretes más comprometidos políticamente, sino con recelo porque fueron condescendientes o apáticos con el ``enemigo''.

Sin embargo, por muy breve que haya sido esta unción de libertad en sus circunscritas carreras y la hayan podido disfrutar sin practicarla completamente, los humoristas cubanos regresan a la isla con la idea de que el cambio es una necesidad impostergable porque no sólo de chistes vive el hombre y ``el futuro no pertenece por entero al socialismo'', como quiso anticipar durante décadas uno de los lemas revolucionarios en bancarrota.