lunes, abril 24, 2017

Esteban Fernández: LA SIQUITRILLA

LA SIQUITRILLA

Por Esteban Fernández
24 de abril de 2017

Les escribe uno que la revolución no le quitó absolutamente nada. Solo me conculcó la libertad. Debo hacer este corto preámbulo -para que nadie se equivoque conmigo- antes de entrarle con la manga al codo a lo que pasó en Cuba.

Mis compatriotas -por miles a través de todo el país- habían inaugurado humildes comercios desde muchos años atrás. Habían laborado como bestias en el honorable intento por prosperar en la vida. Y en un por ciento muy elevado lograron ese objetivo.

Hablo de una bodega, de una gasolinera, una joyería, una barbería, una tienda de ropa o de efectos eléctricos, una zapatería, una carnicería y cientos y cientos de establecimientos y empresas.

No sé si ustedes sabrán qué justificación o explicación les dieron a los legítimos dueños para robárselos miserablemente. O quizás no les dieron ninguna. Fue simplemente una cañona indecente.

La cuestión fue que se presentaban en las empresas un grupo de facinerosos vestidos de milicianos y las “intervenían”. Y como “la revolución era benevolente” le brindaban al antiguo propietario la oportunidad de que se quedara a trabajar allí como empleado. Cosa que prácticamente casi nadie aceptó. El que se resistía o protestaba iba preso.

Una de las cosas más tristes que yo pude observar fue que muchas veces el negociante le había hecho el favor a un pariente, o al hijo de un amigo, de colocarlos en el negocio y eran esos precisamente los nuevos “interventores” de la compañía.

Inclusive muchas veces el dueño había sido fidelista, había vendido bonos del 26, y eso no era óbice ni excusa para mantener su negocio. Un buen ejemplo fue Miguel Ángel Quevedo quien fue uno de los cubanos que más cooperó al triunfo del castrismo con su revista Bohemia y sin embargo se la quitaron de todas maneras. Tan decepcionado estaba que se suicidó años más tarde.

Y fueron los periódicos, revistas, emisoras de radio y televisión los que más sufrieron el empellón de la revolución. Las turbas se encarnaron con Prensa Libre, con el Diario de la Marina y con todos los órganos de prensa. Los intervenían y después desfilaban con ataúdes celebrando los entierros simbólicos de las publicaciones.

Y se puso de moda una nueva y odiosa palabra: La “siquitrilla”. Además de que les incautaban las industrias tenían que soportar que les llamaran “siquitrillados” y que las muchedumbres se burlaran e hicieran mofas de que “les partieron las siquitrillas”.

Pero el final es demostrativo de que hay un Dios en el cielo, porque todas esas empresas fracasaron en Cuba, todas andan con los anaqueles vacíos y desaparecieron todos los periódicos y solo quedaron el Granma y Juventud Rebelde para servir de papel higiénico mientras “los siquitrillados” vinieron para Miami, levantaron sus timbiriches y hoy la inmensa mayoría son ricos en el exilio.