viernes, enero 19, 2018

Esteban Fernández: ABRIENDO EL “JABUCO”

ABRIENDO EL “JABUCO”

Por Esteban Fernández
18 de enero de 2018

Iba para “el norte”. No tenía maleta, alguien me consiguió una “jabuco”, otros le decían “gusano” o “chorizo”. A eso en el “Army” le dicen “duffle bag”. Yo creía que allá adentro solo traía un par de pantalones, dos camisas, unas medias, y unos calzoncillos. Era en realidad un saco de recuerdos.

El padre de mi mejor amigo, el gran Rafael Sorí, me ayudó a cargarlo para el carro. Lo tiré con desprecio  -porque todo era viejo y maltrecho- en la sala de la casa de Milton.

Esos trapos me duraron hasta que varios meses después me puse el uniforme verde del ejército de este país y un par de botas militares. Siempre durante toda mi vida había tirado a basura todo lo que me llevaba en el jabuco. Porque basura era. Ahora se me antoja simbólicamente abrirlo de nuevo.

Porque hoy recordando y pensándolo bien creo que traía otras cosas: Eran en realidad 17 años de mi vida, un colibrí, una pareja de canarios, alpiste, y una jutía.

En esa humilde imitación de maleta traía el recuerdo de una conjuntivitis “primaveral” curada por el oculista de La Habana Dr. Alamilla y cien gripes aliviadas por el médico Emilio Trujillo, más el recuerdo de 20 inyecciones de penicilina puestas por Olga “la enfermera” Marrero y mi vecina Olivia Núñez.

Acarreaba los acordes de “Vida Consentida” cantada por Lino Borges y “Envidia” de Vicentico Valdés”. Traía el dolor de escuchar a mis compatriotas gritando “Paredón” y de letreros sumisos en las puertas -diseminados por el territorio nacional- de “Esta es tu casa Fidel”.

Traje allá adentro 10 años junto a mi perra “Yeti” -nombrada por la pantera roja de Taguarí- hija del perro “Tarzán” de Joaquín Domínguez y la perra de Julio Oya. Y en lo más profundo de la improvisada maleta estaban los recuerdos de los chivatazos del Comité de Defensa del barrio.

Ahí estaban los momentos pasados en la finca el Mamey, un arado y una yunta de bueyes. Venía junto a mí “La Protesta de Baraguá”.

Dentro de aquel “gusano” también llegaba lo mucho que disfruté la Playa del Rosario en las casas de mis tíos Enrique Fernández Roig doblando a la izquierda y la de Carlos Gómez doblando a la derecha.

Traía más de mil vueltas al parque con Jesús Hernández, Manolo Amiche, con “Puntilla”, Joseíto Fernández. Allí adentro estaban cientos de pensamientos, poesías y discursos de José Martí.

En ese bulto estaba el día de la entrada al Kindergarten en el Colegio Americano, el primer programa de televisión llamado La Familia Pilón, el primer beso de una muchachita en la oscuridad del Cine Campoamor. Traía mi admiración por los Brigadistas 2506 y por alzados en el Escambray. Traía el recuerdo de Benny More cantando “¡Castellano qué bueno Baila usted!”

Ahí estaba el recuerdo del primer y único tomeguín del pinar que cayó en mi rustica jaula de trampa, y una mañana recorriendo -en tres bicicletas Niagara- el Central Amistad con dos primitas llamadas María Amelia y Rosa Amelia Rivero.

En ese fardo traía en la memoria a Tamakún el vengador errante, y a Leonardo Moncada. A Pototo diciendo “Cosa más gran la vida” y Celia gritando “Azúcaaaa”.

Allá adentro del saco color “mierda de mono” venían 20 mil dicharachos cubanos, historias, cuentos, anécdotas, y las lágrimas de unos padres y un hermano despidiéndome y llorando. Y venía la estrella en la frente del general Calixto García.

Venía un pueblo, un escudo, una bandera, un himno, la veneración por los mambises, y mi dolor por los mártires caídos gritando Viva Cristo Rey.

Encerrados allá adentro estaban los recuerdos de 15 Navidades felices, Tres Reyes Magos, tres hermanos Villalobos, y los tríos de Servando Díaz y los Matamoros. No, no salía de Cuba, Cuba venía junto a mí dentro de mi valija.

Pero allí adentro también venía el odio eterno contra un tirano y contra un régimen despótico que me obligaba a convertirme en extranjero y en güinero ausente.